Collage y Óleo sobre lienzo |
Macu. Pintura sentida en su mundo interior de belleza y color. El deseo crece y pasa a una realidad. Macu se pone a pintar en el año 2000, es decir, rompe el silencio creador; su obra es un canto al color y sus retratos guardan esa alegría, ateniéndose con pulcritud al parecido. (Hortensia Núñez Ladeveze)
lunes, 30 de abril de 2012
martes, 17 de abril de 2012
Beethoven ante el televisor (José Hierro)
Retrato de José Hierro, por Juan Massana. Monumento a Beethoven (Bonn), por Ernst Hähnel |
Beethoven ante el televisor
El alemán de Bonn identificaba
todos los sones de la naturaleza:
el del mar, el del rio, el del viento y la lluvia,
el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco.
Un día, cantó un ave, y él no oía su canto:
fue la primera señal de alarma.
Luego avanzó implacable la sordera
hasta desembocar en la noche de los sonidos.
Compuso, desde entonces, imaginándolos.
Nunca pudo escuchar su misa en Re,
sus últimos cuartetos, su última sinfonia.
Luis Van Beethoven murió en mil ochocientos veintisiete
(es lo que piensan los desinformados),
pero yo le he visto en el Lincoln Center.
Fue en los años noventa. Ocupábamos
asientos contiguos. Yo lo reconocí
Por su expresión huraña y tierna y feroz.
Y también por el desaliño de que nos hablan sus biógrafos.
Escribí en mi programa estas palabras:
“Excelente concierto”. Y él asintió:
“No se moleste en escribir,, oigo perfectamente”.
Después, en el descanso, hablamos de su música,
(sin duda se dio cuenta
de que acababa de reconocerlo.)
Avisaron que había que volver
a la sala para escuchar el plato fuerte,
la Novena. Pero él, van Beethoven,
dio medio vuelta y se marchaba.
“Pero, ¿precisamente ahora?” le pregunté,
“Yo regreso al hotel. Voy a escuchar
la novena Sinfonía en el televisor,
la transmiten en directo”, contestó.
“¿Me permite que le acompañe?”, dije
Y se encogió de hombros.
Pues aquí acaba todo.
Nos sentamos ante el televisor.
Escuchamos el golpe de batuta
sobre el atril. Silencio. Y la orquesta rugió.
Entonces, Ludwig van Beethoven
Se levantó y apagó el sonido.
Ahora sí que el silencio era absoluto.
Canturreaba a veces, levantaba la mano
para indicar la entrada a los timbales
en el Scherzo. Lloró con el adagio,
enardeció cuando cantaba el coro
las palabras de Schiller.
Yo nunca podré oir, nadie podrá
lo que él oía. Finalizó el concierto.
Fue entonces cuando se levantó,
y se acercó al televisor,
recuperó el sonido.
Las cámaras enfocaban ahora
Al público enardecido.
Van Beethoven oía, en mil novecientos noventa,
Los aplausos que no podía oír en Viena,
en mil ochocientos veinticuatro.
Cuaderno de Nueva York
Jose Hierro
todos los sones de la naturaleza:
el del mar, el del rio, el del viento y la lluvia,
el canto del ruiseñor, el de la oropéndola, el del cuco.
Un día, cantó un ave, y él no oía su canto:
fue la primera señal de alarma.
Luego avanzó implacable la sordera
hasta desembocar en la noche de los sonidos.
Compuso, desde entonces, imaginándolos.
Nunca pudo escuchar su misa en Re,
sus últimos cuartetos, su última sinfonia.
Luis Van Beethoven murió en mil ochocientos veintisiete
(es lo que piensan los desinformados),
pero yo le he visto en el Lincoln Center.
Fue en los años noventa. Ocupábamos
asientos contiguos. Yo lo reconocí
Por su expresión huraña y tierna y feroz.
Y también por el desaliño de que nos hablan sus biógrafos.
Escribí en mi programa estas palabras:
“Excelente concierto”. Y él asintió:
“No se moleste en escribir,, oigo perfectamente”.
Después, en el descanso, hablamos de su música,
(sin duda se dio cuenta
de que acababa de reconocerlo.)
Avisaron que había que volver
a la sala para escuchar el plato fuerte,
la Novena. Pero él, van Beethoven,
dio medio vuelta y se marchaba.
“Pero, ¿precisamente ahora?” le pregunté,
“Yo regreso al hotel. Voy a escuchar
la novena Sinfonía en el televisor,
la transmiten en directo”, contestó.
“¿Me permite que le acompañe?”, dije
Y se encogió de hombros.
Pues aquí acaba todo.
Nos sentamos ante el televisor.
Escuchamos el golpe de batuta
sobre el atril. Silencio. Y la orquesta rugió.
Entonces, Ludwig van Beethoven
Se levantó y apagó el sonido.
Ahora sí que el silencio era absoluto.
Canturreaba a veces, levantaba la mano
para indicar la entrada a los timbales
en el Scherzo. Lloró con el adagio,
enardeció cuando cantaba el coro
las palabras de Schiller.
Yo nunca podré oir, nadie podrá
lo que él oía. Finalizó el concierto.
Fue entonces cuando se levantó,
y se acercó al televisor,
recuperó el sonido.
Las cámaras enfocaban ahora
Al público enardecido.
Van Beethoven oía, en mil novecientos noventa,
Los aplausos que no podía oír en Viena,
en mil ochocientos veinticuatro.
Cuaderno de Nueva York
Jose Hierro
domingo, 1 de abril de 2012
Miradas que petrifican y miradas que humanizan
Fotografía de Isabel Muñoz |
Fotografía de Lisette Pons |
Esta semana he tenido dos encuentros con la fotografía que me han hecho pensar. El martes visité la exposición de Isabel Muñoz, en La Carcel (Segovia), sus imágenes de mujeres africanas parecen esculturas de piedra, tienen la belleza y el atractivo de "otra cultura", "otro mundo". El miércoles estuve con Lisette Pons, una buena amiga fotógrafa, que conocí en ENTREFOTOS hace unos años; su conversación es una ventana orientada siempre a la luz, con una sencillez pasmosa te adentra en las cosas que importan; su humanidad es tan rotunda y verdadera, que hace confortable y valiosa la dura búsqueda de infinito que nadie puede esquivar... Recordamos su serie de fotografías titulada "Diálogos", en la que su mirada humaniza la piedra de una sencilla escultura sin importancia en Copenhague (Dinamarca): http://www.lisettepons.com/galerias/galeria9.htm
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